miércoles, 10 de diciembre de 2014

Recuerdos de Navidad

La Navidad siempre me había encantado. Las reuniones familiares que duran una eternidad, que cada día fuera una fiesta, la gente sonriendo, el frío, las calles iluminadas y el ir a comprar regalos sabiendo que van a iluminar la cara de quien los reciba.

Cuando murió mi padre todo se apagó en muchos sentidos. Mi familia se desmembró por diversos motivos de esos que no son bonitos de contar y su ausencia se hacía (y se hace) muy dura en estas fechas porque él disfrutaba muchísimo de estos días haciéndonos felices a todos.

Ya han pasado seis años que a muchos les parecerá una barbaridad pero os aseguro que no son nada cuando te falta alguien tan importante y estoy segura de que muchos lo sabéis igual que yo.
El caso es que en este tiempo han llegado al mundo dos personitas, Erik y Marc, mis sobrinos que son mucho más que eso. Por ellos la Navidad se ha ido transformando porque tienen derecho a saber lo bonita que es y a disfrutarla por todo lo alto como yo lo hice.

Estos días, pensando en todo lo que voy a preparar para cuando vengan a visitarnos estas fiestas, he empezado a recordar cosas preciosas de mi infancia y adolescencia, incluso algo más allá de eso. Cosas que me hacen sonreír y me traen tan buenos recuerdos que devuelven a mi corazoncito esa ilusión perdida por la Navidad. La Navidad que a mí me gusta. Así que he decidido ponerlos aquí para que nunca se me olviden.





La fira de l'avet d'Espinelves
Todos los años hasta que fui ya mayor era una visita obligada con mis padres y más amigos. Nos íbamos todos juntos a comprar el árbol de Navidad y luego comíamos un bocata en la montaña o lo que fuera. Era un día especial. Y luego llegar a casa y adornar el árbol!!


Sacada de aquí

El Corte Ingles de plaza Cataluña
Aunque los niños de hoy en día ni sepan lo que es, cuando yo era peque era todo un acontecimiento ir con mi abuela, mi madre y mi hermana a ver lo que montaban estos grandes almacenes en sus escaparates. Era mágico. Y de ahí subíamos corriendo (literalmente) a la última planta donde estaban los juguetes a por el codiciado librito-catálogo para soñar despiertas con todo lo que queríamos tener.

La peli de Disney de Navidad
Porque era tradición que estrenaran alguna peli por esas fechas y íbamos siempre con nuestra amiga Gemma y su mami a verla y luego a merendar al Pokin's, alguien se acuerda de esta maravillosa cadena de hamburgueserías? La echo de menos!


El belén y miniyo

Montar el belén
Me lo pasaba pipa! Antes íbamos a buscar musgo y corcho al bosque en otra de esas excursiones con picnic con los amigos y luego montábamos el belén con todas las figuritas, que eran un montón. A mí me encantaba hacer el río con papel de plata y colocar las lavanderas y los patos, jaja! El caganer detrás de un árbol y el pozo rodeado de piedrecitas! Y no podía faltar el fondo que era un póster que íbamos cambiando.


Sacada de aquí

El Salón de la Infancia 
Ese sí que era un día grande! Íbamos con mi hermana y amigas, con mi tía... la última vez que fui ya era preadolescente. Un montón de actividades desde pintarse la cara, montar en moto, a caballo, dibujar, hacer el mono en la Selva de Cacaolat... y salir con un montón de bolsas y regalitos de las distintas marcas que colaboraban siempre. Comías un bocata rápido porque querías seguir, las colas no importaban y no existía el cansancio para nosotras. Contabas los días que quedaban hasta el año siguiente.


Sacada de aquí

La Fira de Reis
Esto ya lo he hecho de más mayor, sobre todo porque durante años trabajaba al lado y cada tarde me daba una vuelta. Me encantaba mirar todos los puestos y sacar ideas y comprar cosas. También la recogida de juguetes que hacen todos los años para que no haya un niño sin regalo. Antes de coger el metro a casa pasaba por la churrería y compraba churros y chocolate para mi madre que ese día no podía ser más feliz.


Sacada de aquí


La cabalgata
Siempre veíamos la cabalgata de nuestro barrio y luego nos tragábamos enterita la de Barcelona centro por la tele. Recuerdo sentir una profunda envidia por los niños a los que los reyes les daban los regalos en mano subiendo a sus casas. Por aquel entonces yo era de Melchor a muerte, luego me pasé a Baltasar. Mi hermana siempre fue de Melchor, los rubios siempre juntos, que decía yo...

La noche de reyes
Dejar los zapatos debajo del árbol, leche y algarrobas para los camellos (las íbamos a buscar expresamente a casa de una tía abuela mía) y coñac y turrones para los reyes. Y esa ilusión enorme y los nervios de cerrar los ojos y abrirlos a las siete de la mañana o antes para salir de puntillas al comedor y ver toooodos esos regalos. Volver a meterme en la cama y aguantar lo que podía (que no era mucho) antes de despertar a mi hermana y correr a la cama de mis padres gritando: que han venido los reyes!!! Y ahí abrir regalos y jugar hasta que podíamos vestirnos y hacer la ruta por casa de mi abuela y mi tía y demás familia a recoger más. Era el paraíso en la tierra!


Cuando recuerdo todas estas cosas es inevitable sonreír y desear ser feliz y hacer felices a los que vienen detrás y a los que quedamos aquí de esos tiempos aunque la ilusión a veces cueste de sacar.
Este año, de momento, haré un sueño realidad llevando a Erik al Salón de la Infancia. Ese va a ser sin duda alguna el mejor regalo de esta Navidad. Cuento las horas!!!

Aunque queden unos días, deseo que si estás leyendo esto encuentres en ti esa chispita de ilusión que ilumine tu cara y tu corazón un momento. Si la chispa aparece, no dejes que se apague! Pronto brillará en todo su esplendor.


martes, 18 de noviembre de 2014

Sé tu mejor maestro

Era una semana de esas chungas en la que se te juntan cosas. En realidad todo este año está siendo un poco así. Cuando no es una cosa es otra y cuando no, esa misma cosa con otro nombre.

El caso es que a mi forma de ver las cosas pasan cuando tienen que pasar y porque tienen que pasar. Llámale destino, llámale X. Y en este caso lo que me pasó es el yoga.


Hace muchos años ya, más de los que me apetece contar, una compañera de trabajo me dijo que si la acompañaba a una clase de yoga. Siempre me había llamado la atención, así que fui. Y me encantó. Pero justo aquella también fue una época digamos complicada de mi vida (¿esto alguna vez no lo es?, en serio) y no pude empezar o seguir o lo que sea.

Después de aquello siempre había épocas en las que buscaba escuelas en Barcelona y pedía opinión a quienes conocía. Porque sí, amigos, no me sirve cualquiera. Y lo mismo me pasa con un ginecólogo, un abogado, un contable o un psicólogo.

Desde que vivo en este pueblo, hace cuatro años, también he buscado la forma y descubrí una escuela de yoga, Ashram, que está en Caldes de Montbui, el pueblo de al lado. Pero nunca era el momento, siempre había alguna excusa.

Aquella semana de finales de septiembre, como decía, llegué a un punto de esos a los que a veces llego, un punto de: hay que hacer algo, ya. Y volví a aquella web, la de la escuela, y miré los horarios de clase por enésima vez. Y me dije, no pierdes nada. Así que un día decidimos ir a verla.




Nada más entrar allí la energía cambia. Tal vez sea el silencio, el olor a incienso, un olor que a mí me lleva a Japón y a los templos que tanta calma me transmiten, o tal vez sea que te reciben con una sonrisa aunque no sepan quién eres. Y te hablan en voz baja, algo que también echaba mucho de menos.

Casualidades (o no) de la vida, durante la explicación que Ajna (una de las maestras de la escuela) nos hizo de lo que es el yoga y de cómo es la escuela, me enteré de que ese mismo viernes (esto era un miércoles) había un curso de iniciación al Kriya Yoga.

Para no aburriros demasiado os diré que el Kriya Yoga es la base, el tronco y las raíces del yoga. La meditación. Kriya es purificación, limpieza. Eso es lo que el mantra que la maestra experimentada te da, el tuyo y sólo tuyo, único e intransferible, hace por ti.

Así dicho suena muy místico y seguramente mucha gente diga: estás zumbada, Noe.
No intento convencer a nadie.

Sólo sé que mi corazón me dijo que tenía que hacerlo. No sabía si haría Hatha Yoga (el de las posturitas que la gente suele conocer) pero sabía que necesitaba hacer ese curso. Y lo hice. El viernes a las 8 de la mañana allí estaba yo con 7 flores (elegí 6 gerberas y una rosa roja) y muchas ganas. E ilusión. Y la convicción de que aquello era lo que necesitaba. Y lo era.



La maestra me dijo muchas cosas en la media hora que estuvo conmigo. Entre ellas que nosotros debemos ser nuestro mejor maestro. Y lo somos. Siempre lo he creído. Aquello iba bien. Me dio mi mantra y en los 15 minutos siguientes hice la que sería mi primera interiorización (inter para los amigos). Fue muy emocionante. Aquel día mi vida empezaba a cambiar para mejor.

Tras eso, tres días de puesta en común con el resto de compañeros que hicieron lo mismo que yo (y que venían de bastante lejos en algunos casos) en días lo bastante separados como para poder comentar problemas y dudas en nuestros 30 minutos de inter al día (15 por la mañana y 15 por la noche) , y a partir de aquí a seguir. A meditar se aprende meditando.

Me estoy alargando más de lo que pretendía pero, ¿qué más da? En el fondo escribo esto para mí.

He aprendido muchas cosas de mí misma desde entonces, muchas cosas que poco a poco me han cambiado la forma de ver lo que me rodea, de sentir lo que me ocurre.

El Hatha Yoga, que empecé a la semana siguiente, es la clave que le da sentido a lo que empecé con el Kriya Yoga. El yoga es, entre otras muchas cosas, el escucharse a uno mismo, el dejar que nuestro cuerpo sea libre, que sea lo que puede ser. Esta filosofía no puede ser más yo. Cuando estoy en clase estoy sola conmigo misma, es algo que hago por y para mí. Cuando salgo, además de todos los beneficios físicos que siento desde el minuto uno, está mi mente. Mi mente ordenada, relajada, consciente.

Sólo he dado un paso en el camino pero sé que es mi camino. Conmigo misma.



Me visto de blanco, entro en la sala de meditación antes de clase y luego en clase con una sonrisa. Preparo mi esterilla, empiezo a calentar... y el mundo como lo conocemos desaparece un rato para ser MI mundo.

Todos deberíamos, sea como sea, poder tener acceso a nuestro mundo, porque existe y a veces no le hacemos hueco en nuestras vidas repletas de obligaciones, de estrés, de exigencia.
Yo me alegro de haber descubierto la puerta escondida que va a dar al mío. Y no pienso perderla de vista porque si no estás bien contigo mismo no puedes estar bien con lo que te rodea.
Y yo quiero estar bien.

sábado, 16 de agosto de 2014

El club



¿Alguna vez os han prohibido la entrada en algún sitio?
Pero no a uno cualquiera, a uno en el que os murierais de ganas de entrar.

Si os ha pasado, sabréis lo que es aunque la intensidad del dolor siempre tiene que ver con la pasión que uno siente.

Mi pasión no podría ser más grande. Porque estallaría.

Hay un club muy selecto, un club maravilloso al que a mí se me niega la entrada. Por suerte los miembros de ese club se relacionan con todo el mundo y gracias a ellos a veces, sólo a veces, sientes que no está todo perdido y que tal vez algún día llegues a formar parte de él y puedas hablar su mismo idioma.

En ese club se habla el idioma del amor infinito e incondicional. Y a una amante de los idiomas como yo le cuesta que justo ese se le resista. A veces ha parecido que ya tenía la gramática aprendida y que la práctica me traería el tan necesario vocabulario. Pero no.

Al parecer, para entrar en ese club algunas tenemos que pasar pruebas de selección muy duras que llevan más o menos tiempo. Tenemos que superar miedos y hacernos muy fuertes. Tenemos que llorar muchas lágrimas hasta que ya no nos quede ninguna por derramar.

Cuando ya parece que te van a dar el sí y van a abrirte la puerta a lo que ya consideras que es el paraíso, el portero grandullón de la entrada te dice que no, que des media vuelta y te vayas por donde has venido.

Cada "no" es una paliza del portero de las que te deja en coma unos días.
Cada "no" hace que te sientas inútil, que no estás a la altura y que puede que jamás llegues a estarlo.

Luego ya depende de tu cabezonería y de las ganas de luchar que tengas.
De levantarte, mirar a ese feo portero a la cara y decirle: volveré.

¿Sabéis? Algún día, os contaré una larga historia. Un día en el que esa historia tenga un final.

Aunque no sea un final feliz.

Será mi final y con eso, me basta.

domingo, 6 de julio de 2014

La leyenda de Tanabata


Cualquiera que me conozca sabe que soy una romántica empedernida. Es por eso por lo que la festividad japonesa que más me gusta es sin duda la que se celebra estos días, Tanabata (七夕), que tiene una preciosa leyenda que hoy me gustaría contaros. Hay muchas versiones en las que ciertos detalles cambian (como en todas las leyendas), por eso os voy a contar la mía.

"Orihime, la hija del rey de los cielos, era una excelente tejedora, dedicaba sus días a crear preciosas telas para su amado padre a orillas del río Amanogawa, lo que nosotros conocemos como la Vía Láctea. Un día mientras tejía, vio a un apuesto pastor que vivía en un pueblo de la otra orilla del río, su nombre era Hikoboshi. Se enamoraron perdidamente el uno del otro y estuvieron un tiempo viéndose en secreto hasta que el padre de Orihime se enteró. A pesar de no gustarle demasiado la idea, sabía que sus sentimientos eran verdaderos y les permitió casarse.

La incríble felicidad de estar por fin juntos para siempre y el amor que se profesaban hizo que descuidaran sus tareas. Orihime dejó de tejer para su padre y Hikoboshi abandonó a su ganado, lo que al final agotó la paciencia del rey que, muy enfadado, decidió intervenir y separarles, uno a cada orilla del río.

La pobre Orihime, desesperada, le suplicó a su padre llorando que al menos les dejara volver a verse una vez más. Conmovido por las lágrimas de su hija, decidió que les permitiría verse una vez al año, el séptimo día del séptimo mes. Esa noche podrían volver a estar juntos pero para cruzar el río necesitaban un puente y fueron las urracas las que acudieron volando, se agruparon y extendiendo las alas lo formaron, permitiendo que los amantes reencontrarse. Les prometieron volver siempre que no lloviera. Si el día del encuentro llueve, las urracas no acuden en su ayuda y la lluvia se une a las lágrimas de los amantes que a pesar de verse al otro lado del río no pueden reunirse."



En Tanabata solían prenderse tiras de papel de cinco colores representando a los cinco elementos (rojo, verde, amarillo, blanco y negro) a una caña de bambú y en ellas se escribían poemas en honor a Orihime y Hikoboshi. Hoy en día los poemas se sustituyen por deseos de todo tipo colgados muchas veces en forma de figuras de origami o tarjetas de colores que luego se queman o se tiran al río esperando a que se cumplan. Además se celebran fiestas por todo el país en las que la gente sale a la calle con sus yukatas entre miles de tiras de papel de colores colgadas por todas partes.

Cómo me gustaría poder estar en Japón para celebrarla todos los años. Eso no quita que pueda pedir mis deseos de Tanabata desde esta tierra tan lejana a la que tiene parte de mi corazón. Yo de vosotros, empezaría a pensar en los vuestros, ¡hoy es la noche! 

 Fotos: papadont via photopin cc

domingo, 6 de abril de 2014

Te entrego mi corazón

"Tim, for you my heart, ripped from my chest. 
Eviscerated I am, 
and if I could, 
I would plunge my fingers, 
through my chest, 
and rip out my heart, 
and give it to you."

Jenny, The L Word


Hay palabras que sólo ocupan un minuto de tu vida, un segundo, un instante que muchas veces se pierde. Por eso siempre he sentido la terrible necesidad de escribirlas, porque mi memoria es limitada y ya empiezan a ser muchos años llenos de palabras los que intento recordar. 

Pero de repente me he dado cuenta de que hay algunas palabras, frases seleccionadas por un ente superior a mi consciencia que decide cuáles conserva y cuáles desecha y hay algunas que se quedan escritas en un cuaderno de tinta indeleble en mi interior, uno que puedo consultar siempre que quiera.

Así es como he dejado de escribir muchas palabras y así es por lo que he empezado a escribir muchas otras. 

Esto funciona con las palabras que recibo pero siempre me he preguntado qué ocurre con las palabras que entrego y que, por suerte o por desgracia para los que me rodean, son muchas. 

Y no hablo de palabras cualquiera, hablo de esas palabras que saco de lo más profundo, de las más verdaderas, de las que uno pronuncia o escribe para cambiar cosas, para asentarlas, para gritarlas y que se sepa. Esas que no puedo reprimir y tal vez a veces debiera.

Para mí, el hecho de entregar palabras es tal cual dice el poema con el que he empezado. Es arrancarte el corazón del pecho con tus propias manos y entregarlo. Al mundo, a una persona, o a una persona que para ti es el mundo. 

A veces me gustaría que esas palabras tuvieran una especie de localizador integrado para no perderles jamás la pista, para hacerlas volver a mí cuando quien las poseía, las desprecie. Pero luego pienso que una vez arrancado el corazón del pecho, una vez entregado entre mis manos ensangrentadas, ya no me pertenece. 

Me he dado cuenta de que me he arrancado el corazón del pecho tantas veces que la cicatriz nunca va a cerrarse. 
Vivir a corazón abierto no es fácil. 
Pero no sé vivir de otra manera.


martes, 1 de abril de 2014

Nana korobi ya oki

Ya hace 10 años que volví de Japón, de un año que cambió mi vida en muchos sentidos. No sólo en el más práctico sino en el más profundo. Mi forma de pensar, de ver las cosas, el mundo y hasta la muerte que tanto miedo me daba.

Pues llevo exactamente esos diez años pensando en cómo llevar todo eso tatuado en algún lugar de mi cuerpo. La cosa se complica porque además de simbolizar Japón y estar en japonés, tenía que ser algo que me representara a mí misma, a mi esencia.

Lo he encontrado.

Más vale tarde que nunca, dicen.


Yo, 10 años más joven... aish!

Hay un proverbio japonés que más que eso es una filosofía de vida, la que tiene mi querido país nipón al que yo considero mi otro hogar, ese al que siempre vuelves cuando lo necesitas y te recibe con los brazos abiertos y te llena el corazón de una sensación cálida y conocida. Ese proverbio, esa frase, es "七転び八起き" (nana korobi ya oki) y significa "cae 7 veces, levántate 8".

Seguramente a algunos os suene porque cuando tuvo lugar la gran desgracia del terremoto y el tsunami en 2011, fue uno de los lemas que más se utilizaron en televisión y sobre todo en prensa, blogs... Y no es algo que se haga a la ligera, es que el pueblo nipón vive según dicta esa frase. Ni caos, ni locura, nada. Sólo personas trabajando juntas para volver a levantarse.

Igual que Japón y el tiempo que viví entre sus gentes cambió mi vida una vez, en estos diez años he tenido que enfrentarme a más cambios, algunos tremendos, otros minúsculos, y me he caído muchas veces. En el pasado año 2013 y los inicios de este 2014, mi vida a vuelto a dar un vuelco enorme. He vuelto a caerme y me he hecho bastante daño esta vez. Pero he vuelto a levantarme.

No me rindo. Siempre me vuelvo a levantar. Creo que es algo que me define muy bien y que la gente que de verdad me conoce seguramente identidicará conmigo. Por eso considero que es perfecto para acompañarme el resto de mis días, une lo que quiero y lo que soy, me recuerda dónde estuve y hasta dónde he llegado. Y espero que me acompañe lejos, muy lejos, adonde quiero llegar.

Este domingo Japón y yo sellamos nuestro trato para siempre. Por fin.

miércoles, 19 de marzo de 2014

19 de marzo

Hoy es un día especial porque de algún modo nos paramos a pensar en lo que nuestros padres son para nosotros y les rendimos un pequeño y muy merecido homenaje. Es el Día del Padre.




En mi caso es el sexto que no puedo felicitarte en persona. Y sigue siendo muy duro. Y me parece que así seguirá siendo el resto de mis días. Porque te echo de menos siempre pero hoy, hoy un poquito más.

Gracias por darme la vida, mi cara (que es tan parecida a la tuya aunque a veces la odie), tus virtudes pero, sobre todo, tus defectos porque ellos son los que más me recuerdan a ti y siempre intento mejorar, ser la versión corregida y ampliada como tú querías.

Gracias por tantísimos momentos juntos tú y yo de excursión, en bici o cuando me decías "Noe, tengo que ir a... ¿te vienes?". Por escuchar los cd que te grababa con mi música heavy o rock que me decías que no ponías mucho porque te hacía correr más de lo que debías.

Gracias por tantas cosas que no caben aquí y que seguro que ya sabes.



Recuerdo aquel día que viniste a buscarnos al cole, aquello era una novedad y al principio me asusté. Me dijiste que íbamos "a un sitio". Al llegar vi que era la firma de discos de Sau, el grupo que escuchaba a todas horas. Me compraste el cd, nos pusimos a la cola y pude saludarles y mirar a los ojazos de Carles Sabater. Sueños preadolescentes cumplidos.

Echo tantísimo de menos abrazarte, darte besos en la calva mientras estabas sentado en tu escritorio y yo me acercaba por detrás, tumbarme sobre tu pecho en el sofá y escuchar latir tu corazón y sentir ese olor que reconocería entre miles, el tuyo.  Echo de menos tus pequeños ojos verdes y tu sonrisa picarona cuando te traías algo entre manos. Echo de menos hasta cuando discutíamos, que era a menudo porque nos parecíamos demasiado. Y a los cinco minutos ni tú ni yo nos acordábamos ya del porqué. Ni de la discusión.



Siempre me apoyaste para que escribiera. Me dejaste tu antigua máquina de escribir, me compraste la eléctrica, el primer portátil en blanco y negro, el segundo en color. Y aquí me tienes, no paro. Desde que no estás, creo que esta es mi manera de acercarme a ti porque era algo que nos unía en silencio. Por eso hoy te escribo, como tantas otras veces. Sé que lo leerás y mi amor te llegará allá donde estés.

Feliz día, papi.